¡Hola curioso! este es sólo un espacio donde alcanzo a publicar algunas de las ideas que me saltan de neurona en neurona.

Para Kapuscinski los sentidos del periodista son estar, ver, oír, compartir y pensar, para mí varían un tanto nada más: estar, ver, oír, pensar y contar; así lo veo yo, como persona que disfruta de las letras.

¡Te deseo un placentero paseo por mi mundo imaginario y parte del real!

ME LLAMO BLANCA

jueves, 17 de enero de 2013


Corría, lo hacía con todas las fuerzas de mí ser, corría con tantas ganas, con la pasión con la que dices amar a alguien, así como yo amaba mi vida…
Trataba de abrir los ojos, pero sentía como si cargara todo mi cuerpo con los párpados; me sentí consciente por un instante y en ese preciso momento un dolor invadió mi cuerpo, irradiaba desde mi cuello hasta la mínima parte de mi cuerpo, me sentí adolorida y aturdida al no saber qué había pasado conmigo y en qué sitio se suponía que estaba.
Logré ver los dedos de mis pies, casi que no los distinguía de la pared de lo sucios y negros que estaban, pero en medio de la oscuridad una luz iluminó mi tobillo y pude ver la fina capa de sangre, tan roja y fresca como las rosas,  que corría desde mi dedo gordo hasta llegar a él.  No era solo mi pie el que se encontraba en ese estado, mi abdomen, piernas, brazos y hasta mi rostro estaban iguales; ensangrentado, así estaba mi cuerpo. Se encendió una bombilla en la habitación, que ya casi no alumbraba de lo vieja y sucia que estaba, por dentro podía ver pequeños bichitos  de los cablecitos que lleva la bombilla y no pude evitar fijarme la mosca que volaba a su alrededor, negra como el ébano y asquerosa como todo lo demás en ese lugar. Las paredes estaban oscuras, desgastadas a causa de la humedad, las grietas botaban a cada instante polvillo de ladrillo. Un ambiente toxico, deplorable y asqueroso, el hedor estaba por quemar mis fosas nasales.
Mi mente no tenía fuerzas ni para un atisbo de sorpresa ante todo lo que me estaba sucediendo, no era tonta, sabía que cualquier movimiento en falso haría saber a quién me había encerrado que ya había despertado, por eso enfoqué mi atención en la rústica puerta de la habitación donde entraban rayos de luz del exterior, y así podía darme cuenta si alguien fuese a entrar a la habitación,  su sombra me lo diría. En ese preciso instante escuché unos pasos y pude ver cómo esa luz que entraba a la habitación se iba haciendo cada vez más tenue; tumbada en el piso me hice la inmóvil.
-Está muy mal, mira todo el tiempo que ha pasado y nada que despierta esa muchachita.- dijo una vocecita chillona, pero que en su tono se apreciaba que era una mujer de avanzada edad.

-¡Qué vaina!, que se levante nojoda, porque esa entrega la hago hoy, necesito ese billete.- Repuso ahora una voz áspera de hombre.

Cuando sentí que se alejaban de mi cuerpo miré de reojo hacia el marco de la puerta, que esta vez se encontraba completamente abierta, y logré ver cómo la señora asentía a lo que el hombre le estaba ordenando, éste salió del lugar y la señora con delicadas y pequeñas palmadas estaba decidida a despertarme.
-¡Niña, levántese por favor! Se lo pido, necesito el tiempo.- decía la mujer.
Abrí los ojos de inmediato y le halé por el cuello de aquel vestido color berenjena, sucio y deshilado por los años, y le pedí, le rogué que me ayudara. Pero ella estaba absorta, algo la había dejado atónita, y yo al mirarla con más claridad, pude reflejarme en sus ojos azules, idénticos a los míos, una lágrima brotó de ellos y cayó en mi rostro tan pálido, tan blanco, así como el de ella.
-Blanca…Blanca… mi Blanquita, ¿eres tú? Mi niña…- su voz se empezó a tornar triste y sorprendida.
Quedé impávida al saber que esta mujer sabía mi nombre, pero esa mirada, esa mirada tan profunda, tan mía, tan familiar, había encendido mi fuero interno. Pronto miles de imágenes y conversaciones del pasado recorrieron mi memoria, ¿era eso posible?... ¿era ella?
Temblorosa mi voz pronunció aquel nombre de quien tanto yo extrañaba…
-Aurora, abuela Aurora…
-¡Mi Blanca!, mi reina… tanto tiempo, tantos años y tenía que ser así.- Su voz repuso con tanta tristeza que miles de lágrimas corrían por mi rostro, sentía que me podía desgastar.

Me agarró de la mano, me puso en pie y tomó mi rostro entre sus manos, me dijo cada una de las palabras que tanto anhelé y que jamás pensé volver a escuchar; su amor me invadía en cada frase, tanto que fue su amor el que me dio las fuerzas necesarias para recomponerme y salir de ese terrible lugar. Pensé que lo haría junto con ella, pero no, me dijo que no…

Sentía un dolor abrazador, un dolor que no era como aquél que sentí al despertarme, éste era un dolor que me partía el alma, pero tenía que hilvanar cada pedazo de ella para conseguir escapar.

-Que ironía mi niña, mi blanca linda, fui yo quien decidió darte ese nombre y soy yo quien te puso en esta situación: trata de blancas.- Fueron las últimas palabras que escuché de mi abuela Aurora.

Corría, lo hacía con todas las fuerzas de mí ser, corría con tantas ganas, con la pasión con la que dices amar a alguien, así como yo amaba mi vida, sabía que si miraba hacia atrás pondría en riesgo no solo mi existencia, la de ella también. Logré escapar y aquellas horas vividas jamás las volvía nombrar, quedaron siempre grabadas en mí, como aquella experiencia en la que además de sufrimiento y desesperación, recuperé aunque fuera por un instante aquel amor que tanto extrañé.

 
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